Se trataba de un video tutorial dónde su padre explicaba un juego muy simple que les enseñaba a sus pequeños alumnos. Eso la motivó. Pese a que había jurado no hacer magia desde la desaparición de su padre, ese primer video encendió una llama nunca extinta en ella.
Miró todos los videos instructivos mientras ensayaba con los elementos a su lado. Desde el más básico al más avanzado. Se paso horas ese día, que luego se hicieron, días, semanas y meses.
Todo ese tiempo practicó en secreto. Llego a hablarle a los videos de su padre como teniendo una conversación en vivo.
Había crecido más rápido que nunca pero aun se sentía la hija del mago.
De pequeña acompañaba a su padre a los shows para asistirlo. Cuando podía participaba en los actos ayudando. Los adultos aplaudían y reían por ternura más que por asombro.
Temía no estar preparada para presentarse ante público. Pero sentía la necesidad.
No quería que la gente terminara festejándole por pena, o por su corta edad.
Ni mucho menos que la volvieran a llamar, “la hija del mago”. No porque no fuera un orgullo, sino por una necesidad personal de seguir adelante y abrirse su propio camino.
Tardo tres años más en juntar el coraje y anotarse en un concurso de magia.
Sabía que allí habría gente que recordara a su padre y por ello el desafío era doble.
Detrás del telón, las manos le sudaban. La mandíbula le temblaba. Las manos las sentía pesadas.
Veía con asombro y admiración a sus contrincantes, todos mayores que ella.
De pronto anuncian su nombre. Era su turno. El corazón se le aceleró como nunca antes lo había sentido.
Se presentó tímidamente. Sintió la mirada de todo el público observándola.
Agacho un poco la vista y pensó en su padre. Recordó sus shows. Sus espontaneidades. Su locura arriba del escenario. Y sonrió. Levanto la vista y comenzó con su número.
Sacó pañuelos y bolas de todos lados. Recibió aplausos e incluso risas donde se suponían deberían estar. Paso rápido su pequeño acto musical, pero al menos hasta allí, todo había salido según lo esperado.
Tras una leve reverencia. Se dirigió al público y solicito la ayuda de un mago del jurado, al cual invito a subir al escenario.
Era el turno de las cartas. Su máximo desafío. Era lo que más le costaba.
Comento los pasos que seguiría y cual sería su objetivo. Lógicamente era adivinar la carta seleccionada.
Sintió mayor presión ante la mirada calificada y escrutadora del jurado. Sus manos empezaron a temblarle levemente.
Barajó nerviosamente las cartas. Entrego todo el paquete para que el mago las mezclara. Dio a elegir una carta mientras ella no observaba. El hombre mostro al público la carta para que quedara constancia.
Luego lo invitó a devolverla entre el mazo.
Tomó los naipes y volvió a mezclar nerviosamente haciendo que se caigan dos cartas al suelo.
Quedó paralizada un segundo. Pensó que ya no habría forma de que saliera bien el truco.
Cuando reaccionó levantó ambas cartas intentando no dar importancia y las coloco junto al resto.
Terminó de mezclarlas y apoyó la baraja sobre la mesa.
Era el momento de la verdad. Debía retirar una carta de la baraja. La correcta.
Su destino dependía de ello. Dudosamente lo volvería a intentar si quedaba en ridículo.
Pidió al mago que nombrase por primera vez en voz alta su carta.
“AS de corazón” - dijo el hombre.
“Chichin Potón” – exclamó Sara como palabras mágicas.
Y anunció que después de tanta mezcla haría subir la elegida hasta arriba del mazo.
Pidió al hombre que tomara la primera carta y la diera vuelta.